
Registro 4

Registro 4
Hay algo profundamente sereno en los atardeceres frente al mar. No solo por la luz que se va apagando poco a poco, sino por todo lo que empieza a notarse justo cuando el sol baja. Desde lo alto, la playa parece un lienzo lejano que va perdiendo brillo con suavidad. El cielo, que hace un rato era un azul limpio, ahora empieza a teñirse de tonos más apagados, como si la tarde se estirara para no acabar. Esta luz tan particular hace que los contrastes se vuelvan más evidentes: las sombras se alargan, los colores se intensifican. El verde del prado entre las casas y la playa no parece el mismo de la mañana: ahora se siente más profundo, más presente.
Y aunque uno podría pensar que el atardecer es sinónimo de silencio, el paisaje está lleno de sonidos. Se escuchan pájaros que vuelan en grupos cortando el cielo, conversaciones sueltas de quienes pasean o música que sale de una casa abierta. También el paso constante de los coches por la carretera, recordando que la vida sigue su ritmo, aunque el día esté terminando.
Como bien señala Llorca (2017), el sonido no es solo un fondo, sino una dimensión activa del paisaje que influye directamente en la forma en que lo habitamos y lo sentimos. Esta mezcla de lo visual y lo sonoro construye una experiencia más rica, más profunda. Porque el paisaje no es solo lo que vemos: también es lo que escuchamos y cómo lo recordamos. Y a veces, como en este atardecer, basta con quedarse quieto unos minutos para sentirlo todo a la vez.
Recursos bibliográficos
Llorca, J. (2017). Paisaje sonoro y territorio. El caso del barrio San Nicolás en Cali, Colombia. Revista, 32(89), 9–59.
Debatcontribution 0el Registro 4
No hi ha comentaris.
Heu d'iniciar la sessió per escriure un comentari.