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En Murcia, donde casi siempre brilla el sol, un día de lluvia parece que está fuera de lugar. Te levantas y todo está distinto. El cielo gris, el aire frío, las calles mojadas y ese sonido constante de la lluvia cayendo. No es un sonido fuerte, pero sí presente, como un murmullo que te acompaña y te recuerda que los días tristes también son importantes. Y claro, acostumbrados al sol y al calor, ese cambio se nota también por dentro.
Parece que el mundo va más lento. Hay menos gente por la calle, menos ruido, más silencio. El pueblo que normalmente está lleno de vida y movimiento, se vuelve un poco más tranquilo. Incluso uno mismo lo siente en el cuerpo, ya que te invade la melancolía. No es tristeza exactamente, es como si, al igual que el Sol, tu energía se apagara para más adelante renovarse. Y claro, eso se contagia. Porque hay quien dice que estamos hechos de energía.
Es curioso, porque no es solo lo que se ve. Como dice Llorca (2017), los paisajes no son solo visuales: también se escuchan. Y un día de lluvia se siente diferente. El agua contra las ventanas, los coches pasando despacito, la gente se queda en casa. Todo eso también forma parte del paisaje. Cambia cómo vivimos, el lugar y cómo nos sentimos en él.
A veces, en medio de tanta rutina, un día así te obliga a parar un poco. A mirar por la ventana. Te regala la oportunidad de escuchar. Y aunque parezca que el cielo está triste, tiene algo bonito. Nos saca por un momento del ritmo de siempre y eso, a veces, también se agradece.
Recursos bibliográficos
Llorca, J. (2017). Paisaje sonoro y territorio. El caso del barrio San Nicolás en Cali, Colombia. Revista, 32(89), 9–59.
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